Rincón del Artista > Expresión escrita
Una Historia Contada de la A a la Z (Z) FIN
Nostalgie:
Hola, yo de nuevo xD
Esta historia la escribí para una actividad en otro foro al que estoy inscrita, así que la idea de utilizar el abecedario no es mía, pero sí la historia. La actividad consistía en escribir algo utilizando una letra del abc por día, así que teníamos qué publicar todos los días un escrito independiente con la letra correspondiente, pero decidí darle seguimiento a cada escrito, así que de esta manera nació esta pequeña historia que me gustaría compartir con aquellos que les gusta leer y todavía andan por este foro.
Etiquetas: Fantasía, criaturas fantásticas, ficción en general. (Simplemente absurda xD)
A de Amor
La puerta de la habitación se cerró cuando él salió. De nuevo sola.
Susana suspiró y miró a su alrededor mientras la tristeza modificaba su rostro. El amor entre ella y su esposo era muy fuerte y debía serlo puesto que por él se despojó de su verdadera naturaleza, pero desde que se mudaran a esa granja por motivo de que su suegro había resultado herido al caerse del corcel mientras arreaba el ganado vacuno, rompiéndose una pierna y un brazo, su único hijo, o sea, su esposo, tuvo que hacerse cargo de la granja, así que ahí estaban, viviendo aislados de la vida de la gran ciudad en donde el último año fue muy feliz, porque la metrópolis había sido un territorio nuevo para ella y lo disfrutaba.
Pero el problema en sí no era que vivieran en la granja, pues ella misma provenía de un lugar similar, aunque mucho más bello. Lo que más bien la hacía sufrir, eran esas largas horas de soledad que pasaba día tras día, pues Santiago; su marido, estaba fuera de casa desde antes de despuntar el alba, hasta mucho después de que el sol se ocultara, porque había mucho trabajo, así que poco lo veía.
Cavilando en sus tristes pensamientos, sintiendo marchito el corazón, se levantó de la cama y fue a sentarse ante el mueble que contenía un gran espejo. Todavía estaba oscuro, pero no necesitó la luz para ver su silueta reflejada en el cristal y notar que su aura había menguado bastante en los últimos días, entonces recordó con preocupación las palabras de advertencia:
“Al romper la regla, expones a que los mundos se mezclen. Si su amor tambalea, será el caos"
Pero ella no había querido entender. Se había enamorado de él, aunque no era fácil alimentar ese amor, el equilibrio de todo.
Nostalgie:
B de Bruja
El jarrón fue directo a su rostro, pero Santiago logró esquivarlo al agacharse y los finos pedazos de porcelana al estrellarse estrepitosamente contra la puerta, cayeron detrás de él. Se levantó mirando a la mujer, sorprendido por tal recibimiento.
—¿Qué te pasa? —inquirió calmo.
Lejos de responderle, le arrojó ahora una pequeña cajita musical que le había regalado al cumplir el año de casados, pero también logró esquivarla moviéndose a un lado, sin embargo, el cepillo para cabello siguió a la cajita y éste dio en su cabeza.
—¡Ya basta, bruja! ¿Qué rayos te ha picado?
—¡Lo olvidaste! —le gritó ella tomando ahora del tocador, un tarro de crema, doblemente airada porque la llamara bruja. Ella era algo más excelso que una de ésas, así que odió la comparación.
—¿Qué olvidé? —inquirió el hombre francamente muy afectado, pasando revista en su mente por si de veras había olvidado algo, pero no, según él no.
Esa bruja, —porque sí, en ese momento su esposa parecía una—, no estaba en sus cabales de nuevo, como venía sucediendo en los últimos días. Le reprochaba que trabajaba todo el tiempo, que ya no le prestaba atención y siempre andaba triste... y él se sentía culpable.
Susana no comprendía que para que la granja funcionara, debía dedicarle todo su tiempo. No solo era una granja cualquiera, allí se cultivaban varios tipos de granos, se criaba diferente clase de ganado y se producía queso que, junto con los demás productos que la granja producía, como huevos, tocino y carnes, era para importar y aunque ella lo ayudaba mucho en el trabajo referente a las inmediaciones de la casa, él siempre andaba de un lugar tras otro supervisando todo, por lo que poco o nada se veían durante el día, de hecho, pasaba más tiempo con María, la asistente de su padre y ahora la de él, de ahí que se sintiera culpable, porque María... ah, no quería pensar en ese momento en su tentadora y bonita asistente.
Y esa situación la tenía por demás descompuesta, así que miró a Susana levantar la mano que sostenía el tarro y arrojándoselo, le recordó su olvido, dolida, llorosa y temerosa por las consecuencias que traería su apagamiento.
—Habíamos hecho planes para ir a esa obra y, ¿qué haces tú? Me dejas plantada. ¡Te había dicho que quería en verdad ir a verla!
Pero jamás le dijo que estaba haciendo hasta lo imposible por alejarlo unas horas de la granja... de María. No quería seguir pensando mal, pero la disminución de su aura no la engañaba, mas ¿cómo decirle que desde el momento que lo eligió puso en peligro a su gente y a la de él? ¿Que una traición por su parte era impensable?
Afortunadamente el frasco no le dio y Santiago se apresuró a llegar al lado de ella para tomarla por los brazos y así evitar que tomara el florero que adornaba una esquina del mueble.
—Habíamos quedado de ir la noche del jueves 23, fecha exacta de la presentación, no éste que es 16, pero anda, vamos ahora al teatro y veamos si por arte de magia los apareces para tu beneplácito.
—¿El 23? —balbuceó incrédula, cediendo de pronto su mal humor— ¿Estás seguro? Pero el boleto dice jueves 16.
Él movió la cabeza de un lado para otro y tomando las entradas de la obra, las que ella había estrujado decepcionada mientras toda la tarde lo esperó, se las mostró señalándole:
—Es el jueves 23, mira, y el palco es el 16 ¿cómo pudiste confundirte?
—¡Oh!
Susurró, luego lo abrazó y aclarándose la voz, le dijo:
—No permitas que me apague. Ya no pases tanto tiempo con María.
Él correspondió al abrazo sin decir nada, porque su culpabilidad no lo dejó.
Nostalgie:
C de Caballo
—¡Tía!— gritó el niño de nueve años entrando a la sala como torbellino, nervioso y alegre a la vez— ¿Dónde está mi tío? La yegua va a tener al potrillo y mamá ya está en el establo.
Susana se levantó del sofá en donde había estado la última hora leyendo, con el par de siameses felinos sobre su regazo, los que saltaron con delicada agilidad al suelo en cuanto se puso de pie y ahora ronroneaban frotándose en sus tobillos. Miró sorprendida a Felipe, el hijo de María, quien se había acostumbrado a llamarlos tíos, puesto que tanto él como su madre vivían en la hacienda desde que ella quedara viuda de uno de los trabajadores de su suegro, así que este había decidido hacerse cargo de la joven y su hijo que contaba entonces con cuatro años.
—¿Cómo? ¿No le faltan días todavía? Tu tío tuvo que llevar algunas reses a la hacienda vecina, no hace mucho que se fue. ¿Ya le hablaron al veterinario?
Felipe asintió y enseguida salió corriendo rumbo al establo, con Susana detrás de él.
En el lugar estaba María, lo que sorprendió a Susana, pues pensaba que se había ido con Santiago como siempre y aunque en general se llevaban bien, en esta ocasión María rehuyó el contacto, tanto visual como oral con ella.
Susana pretendió no darse cuenta y puso toda su atención en el asunto que la había llevado ahí. Don Fabián su suegro, acomodado en su silla de ruedas, daba instrucciones a uno de los empleados que en ese instante atendía a la yegua que yacía recostada en el suelo visiblemente en mal estado, sin poder ayudarla mucho, así que suspiró aliviado cuando el veterinario llegó.
Mientras tanto, el nerviosismo de Felipe creció, porque su abuelo, como llamaba a Fabián, le había prometido regalarle al potrillo si la yegua lograba tenerlo, pues había tenido una gestación difícil y el veterinario siempre aseguró que no llegaría a término, lo que parecía un hecho ya que aun le faltaban varios días.
—La yegua está muy delicada —anunció el veterinario mientras la ayudaba con el nacimiento de su hijo—. Si no logra expulsarlo, tendré que abrir, pero no garantizo que ambos sobrevivan.
El niño se asustó al escucharlo, pues desde que tenía uso de razón, quería un caballo que fuera solo suyo y si era uno que crecería a la par con él, pues qué mejor, así que hincándose a un lado de la yegua, trató de animarla con su tierna voz.
—Yo sé que tú puedes, sé que sí —Acarició su crin con cariño transmitiéndole tal vez su ilusión.
Porque la yegua lo miró con ojos llorosos, reflejándose en ellos el último de los dolores y a la vez que expulsaba al potrillo, exhaló su último aliento y en medio de esa exhalación alcanzó a sentir como las lágrimas del pequeño caían abundantes y tibias sobre su cabeza.
—Cuidaré a tu hijo y se convertirá en un hermoso caballo, lo prometo.
Pero no había necesidad de tal promesa, porque el potrillo era la criatura más hermosa que había nacido y en cuanto pudo levantarse, desplegó de sus costados un par de hermosas alas blancas que, aunque su madre ya no pudo ver, sí lo miró su tierno dueño que exclamó incrédulo:
—¡Abuelo, no es un caballo, sino un pegaso! ¿Cómo es posible?
Ni su abuelo ni nadie pudo responderle y retrocediendo bastante asustada hasta la puerta, Susana miró al pequeño pegaso y después los rostros maravillados de los demás.
“¡Oh, Dios!”, pensó sintiendo como se congelaba su corazón. “¡Esto lo confirma, es una realidad. Ha comenzado!”
Nostalgie:
D de Demencia
No podía parar de llorar, de hecho, sus lágrimas abundaban al mirarse en el espejo. El aura que la rodeaba era apenas un reflejo, confirmación de la traición a su amor. No podría evitar que más cosas raras para este mundo ni para el suyo, sucedieran.
—Susana —habló Santiago entrando, tan pasmado que no se fijó en su llanto—. Vengo del establo y no logro comprender qué cosa ha nacido ayer ahí.
—Es un pegaso —le informó ella tratando de retener sus lágrimas, más dolida de verlo—, y es mi culpa que haya nacido en este mundo, porque yo no debo estar aquí.
Demencia
Fue lo que pensó Santiago al escucharla. La demencia se había tragado el cerebro de su esposa, solo así podía explicar sus palabras... aunque quizás el también estuviera demente. ¿Es posible que la culpa que sentía lo había enloquecido? El potrillo no podía ser un pegaso, ¿verdad? Eso solo sucede en las historias de fantasía, jamás en la vida real. Estaba alucinando... todos ellos estaban alucinando. ¿Tal vez la cocinera estaba dándoles algún alucinógeno en las comidas?
Solo así podría comprender que se hubiese atrevido a poner los ojos sobre su asistente, pues amaba a su esposa y no comprendía cómo había pasado eso.
—Susana, los pegasos no existen —dijo tratando de mitigar sus arrolladores pensamientos.
—Tienes razón, no deben existir, no en este mundo. Ahora encárgate de que esté bien, que nadie sepa de él, porque si alguien más a parte de los trabajadores se entera, tu hacienda se convertirá en un circo.
Santiago se estremeció al escucharla, la miró y entonces notó que había estado llorando, tal vez durante toda la noche, no podía saberlo, pues era la primera vez que no pasaba las horas nocturnas con ella. Los asuntos con el otro hacendado lo habían retenido allá hasta esa mañana.
—Y, Santiago, quiero que sepas que esto solo es el principio y aunque comenzó aquí en tu hacienda, se extenderá a todos lados.
Santiago esperó a que siguiera hablando, pero ella no volvió a decir nada, porque no podía revelar más.
Así que el hombre salió preguntándose: “¿El principio de qué?”
Nostalgie:
E de Elixir
—Eliv, sabes que al beber este elixir, no habrá vuelta atrás, que vivirás atada a ese hombre que de ninguna manera debe conocer tu verdadera naturaleza, porque si lo sabe lo condenarás y si te llegara a traicionar, se apagará tu esencia y los mundos pueden arruinarse, pues con cada cosa que cobre vida allá, aquí morirá algo, mucho o poco, no lo sé con certeza. ¿Es tu amor por ese mortal tan grande como para arriesgarlo todo? ¿Es su amor mayor que el tuyo?
—Lo amo y confío en él, quiero ir a su lado.
—Es muy egoísta de tu parte ceder a tus deseos, Eliv. Por algo existen las leyes sobre no tener alianzas románticas con los humanos; además bien conoces que los sentimientos de los mortales son corruptibles.
Eliv miró a la consejera real y le suplicó con la mirada que la comprendiera, pues aunque había controlado sus sentimientos de amor por el humano durante algún tiempo, al final no había podido más.
—Una y otra vez te ordenaron tus padres no volver al laberinto después de conocer al mortal, al que ni siquiera debiste salvar, pero de nada sirvió y mira en lo que terminarás.
El laberinto era un bosque de cipreses que formaban una infinidad de largos y estrechos corredores comunicados entre sí, el que a su vez se situaba en medio del extenso bosque y aunque los humanos sabían que estaba ahí, no conocían su procedencia.
Por otro lado los del mundo de Eliv, sabían que ese laberinto había sido creado por los primeros padres para camuflar la puerta que comunicaba los dos mundos y aunque algunos humanos, los más aventurados se habían arriesgado a explorarlo, jamás salieron de ahí con vida, porque se extraviaron sin encontrar una salida.
En cambio los del mundo de Eliv conocían cada corredor, cada rincón, cada árbol, cada cosa nueva que entraba ahí, porque les encantaba dar paseos por sus intrincados pasillos; les gustaba la paz solemne que de ellos emanaba, y lo que para los humanos daba la sensación de ser sobrenatural, para ellos era la cosa más cotidiana.
Así fue que un día ella se encontró al extraviado Santiago, un joven humano, hermoso y asustado que, “andaba más perdido que el arca de la alianza” —palabras del mismo muchacho cuando estuvo fuera del laberinto y le agradeció por su ayuda—, pero ella respondió que no tenía que agradecer, sin embargo no añadió que le había bastado verlo para desear ser vista por él, así que rompiendo dos normas ese día, se mostró a Santiago y lo ayudó a salir del laberinto; cosas que les estaba prohibido hacer, pero fue todavía más allá, salió al mundo humano para, en días posteriores, entrevistarse con él.
De esa manera conoció más del mundo humano, pero lo mejor desde su perspectiva fue que su amor era correspondido, porque Santiago jamás faltó a las citas, enamorándose ambos cada día más.
—El mundo de los humanos es muy bonito, consejera —dijo Eliv defendiendo su posición—, y Santiago me ama. Sé que no me fallará.
La bella mujer movió la cabeza de un lado a otro, pero sin decir más, le tendió la copa de fino cristal y ella bebió del elixir prohibido.
¿Qué crees, Eliv, qué o quién murió en el que antes fue tu mundo?
Golpeando con fuerza su corazón, Susana se incorporó en la cama. Se tocó el pecho como si así fuera posible calmar la angustia y luego notó que ya estaba sola... otra vez.
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