Rincón del Artista > Expresión escrita

Una Historia Contada de la A a la Z (Z) FIN

<< < (6/6)

Nostalgie:
Y de Yacimiento
Al adentrarse al territorio de Driazán, todos suspiraron aliviados. Con el veloz trote de los unicornios habían avanzado en poco tiempo lo que les hubiera llevado el resto de la noche y casi todo el día, pero finalmente habían llegado y al desmontar de las bellas criaturas, se despidieron muy agradecidos de ellos.

Los unicornios movieron sus cabezas aceptando el agradecimiento y luego se fueron por donde habían llegado.

—¿Quedamos muy lejos de nuestro destino? —preguntó Santiago estirándose, porque le dolía el cuerpo por la cabalgata.

Era buen jinete, pues se había criado en la hacienda, mas haber montado un unicornio había sido emocionante, pero también agotador, posiblemente por la velocidad de las criaturas, causa por la que había empleado todas sus fuerzas para sostenerse de la crin y no caerse, además de carecer de la comodidad de una silla de montar.

—Me hubiera gustado haber cabalgado hasta ahí, pero debemos tener cuidado —respondió Tahiel en voz baja—. Como le mencioné a Eliv, es posible que los elfos oscuros tengan custodiada la puerta del laberinto, pero también Driazán. Ellos harán todo para evitar que lleguen a su árbol, es por ello que las instrucciones que tengo son las de entrar al territorio por aquí.

—¿Instrucciones? Eso significa que ir por mí... por nosotros fue planeado, y ahora me entero que las demás driadas están en batalla con los elfos oscuros —reflexionó Eliv sintiendo angustia por sus parientes.

—Siento no habértelo dicho antes, pero no vi necesario preocuparte más de lo que ya estás. Los necesitamos, Eliv. Simplemente no podíamos quedarnos con los brazos cruzados viendo como muere nuestro mundo, de hecho, fue idea de tu consejera que apresurara tu regreso. En cuanto todo comenzó a ir mal, varias razas se reunieron para deliberar sobre la solución y la única que existe es la que ya conoces, pero también los elfos oscuros lo saben y es posible que...

No alcanzó a terminar la frase porque de repente una espada pasó muy cerca de él, salvándolo el agudo sentido del oído que tenía, por lo que pudo esquivar con pocos centímetros el arma.

—¡Orcos! —gritó preparando su arco para ponerlo en acción con su magistral destreza.

—¿Qué pasa? —quiso saber Santiago que no lograba ver más que lo poco que le iluminaba el hada.

Solo podía escuchar las sibilantes flechas que salían volando del arco de Tahiel que se había alejado varios metros de él y también el sonido del arrastre de la maleza sobre el suelo, y luego sintió que algo pasaba por sus lados con rapidez.

Entonces Izaro, tal como había hecho cuando llegó Tahiel a la cabaña, formó una bola de luz y elevándose con ella, iluminó un panorama más amplio.

Santiago silenció el grito que estuvo a punto de salir al mirar ante él la más horrible de las criaturas.

El orco era más alto que él y muy robusto; sus ojos rojos brillaban como brazas, la mandíbula inferior era muy grande en comparación al resto del rostro. Poseía una cabellera larga y rala. Sus brazos, más largos que lo normal, hacían que su cuerpo se viera desproporcionado, además de que tenía una pose rara, pues estaba parado con las rodillas flexionadas, como si fuera para él imposible enderezar las piernas.

Su única vestimenta consistía en unos pantalones ceñidos, botas altas y unas bandas de piel cruzadas por sus hombros y enganchadas en la pretina formando una X sobre el pecho y la espalda. Una espada y un escudo eran sus accesorios.

La piel de su garganta, en un color gris pardo se estremeció cuando lanzó una especie de rugido al lanzarse contra Santiago espada en alto. Él retrocedió, pero tropezó con unas raíces y cayó de posaderas.

El movimiento de las raíces era lo que había escuchado que se arrastraba por el suelo y fue entonces que descubrió cómo eran maniobradas por Eliv haciendo que estas atraparan a algunos orcos —los que eran muchos— por las piernas, inmovilizándolos, mientras que a otros los apresaba por los brazos con las ramas de los robles lanzándolos con fuerza lejos de ellos, pero los orcos volvían a ponerse de pie, excepto los que eran atravesados por las flechas de Tahiel.

Por lo tanto, cada quien estaba ocupado con sus propios enemigos y sin que tuviera ninguna ayuda, Santiago se arrastró atrás por el suelo sin dejar de ver a la criatura, saltando obstáculos mientras que el orco blandía su espada, lanzando violentas arremetidas que sin saber cómo, Santiago esquivaba.

La adrenalina corriendo por sus venas lo impulsaba a luchar por su vida, así que tomando una rama que se encontró a su paso, se levantó con ella en manos y poniéndola ante el enemigo, la sacudió, como si tratase de ahuyentar un perro o un gato, pero el orco cortó la rama sin dificultad, en varios cortes llegando casi hasta las manos de Santiago, quien soltó el resto mirando a su alrededor con desesperación.

No muy lejos, yacía uno de esos seres con una flecha atravesada en la cabeza, por las sienes, pero fue su espada la que Santiago ubicó con toda su atención y en el momento en que el ser lanzó un golpe de tajo directo a su cuello, él saltó hacia el lado del cadáver y cayendo sobre éste, tomó la espada e incorporándose quiso levantarla, pero...

Maldita espada.

Pesaba más de lo que hubiera pensado. Seguro que las de su mundo no eran tan pesadas.

No obstante, en un sobre esfuerzo logró levantarla en el mismo instante en que el orco descargaba otro golpe y las espadas se cruzaron brevemente, porque Santiago no pudo contenerla, sino que la fuerza del ataque lo hizo acuclillarse mientras perdía la espada en una estupenda maniobra por parte del ser.

Entonces, cuando creyó estar perdido al ver como el orco levantaba el arma para matarlo, se abrió la tierra bajo sus rodillas y se hundió, esta vez por completo, sin ver como acontecía lo mismo con Eliv y Tahiel, sin que ninguno de ellos pudiera evitarlo, descendiendo sobre una especie de tarima que les evitó una vertiginosa caída.

Bajo tierra, todo estaba más oscuro, pero casi de inmediato descendió Izaro, iluminando el entorno que resultó ser una estancia grande perteneciente a una serie de grutas subterráneas, y ahí estaban siete pequeños hombres de barbas y cabellos largos.

Cuatro de ellos maniobraban las poleas de la plataforma, la que estaba hecha de madera y hierro.

Y fue mediante las poleas que el entarimado comenzó a subir de nuevo, con una asombrosa rapidez, así que Tahiel y compañía tuvieron que saltar al suelo e inmediatamente los otros tres de los hombrecitos los tomaron del brazo y los hicieron correr por otra de las galerías mientras uno de ellos informaba.

—Somos amigos, así que no se detengan.

Los orcos arriba intentaron introducirse por los hoyos que se habían tragado a las víctimas, pero no pudieron, porque la tarima los había bloqueado haciendo imposible traspasarla.

En el interior de la tierra, los pequeños hombres conocidos en ese mundo como enanos y los que eran inteligentes, trabajadores, ingeniosos, grandes artífices e inventores, no dejaron detenerse a los rescatados, sino que siguieron avanzando por una serie de pasillos hasta llegar a otra cámara.

Una donde la luz de Izaro fue innecesaria, pues el verde brillo de un fabuloso yacimiento de gemas iluminaba hasta el último rincón y de uno de esos rincones salieron dos figuras altas, finas, facciones delicadas, piel blanca, casi pálida, cabellos plateado y orejas puntiagudas.

—Tahiel —dijo uno de ellos.

El joven elfo miró a su padre y a su consejero, complacido. Había cumplido parte de su misión y ahí estaba con Eliv y el humano.

La unión contaminada de ellos había roto el equilibrio, pero el sacrificio purificaría de nuevo su alianza y lo traería de vuelta.

—Su majestad —dijo Eliv e hizo una reverencia ante el rey de los elfos altos y su consejero—, me disculpo por todo lo que he provocado.

Santiago sintió la necesidad de hacer lo mismo que su esposa e inclinándose mucho más ante los nobles, habló:

—Yo me disculpo, porque todo es mi culpa. Eliv es inocente.

Y se sintió muy pequeño ante la acerada mirad del rey de los elfos.


Nostalgie:
Y con esto termina la historia. Última Letra.

Z de Zona
—Tienes toda la razón —Fue todo lo que le respondió el rey y Santiago se ruborizó avergonzado.

A continuación, el padre de Tahiel tomó del brazo a Eliv y la llevó a una figura circular que algunas esmeraldas formaban en una de las paredes y le señaló el preocupante panorama afuera.

En el círculo podían verse unas imágenes que le mostraron a Eliv la batalla que en ese instante se llevaba a cabo sobre la superficie, siendo de una asombrosa nitidez a pesar de la oscuridad de la noche.

Una guerra entre los elfos oscuros y las driadas, quienes habían erigido una alta y fuerte barricada de ramas y plantas entretejidas alrededor del roble de Eliv para protegerlo, luchando contra los elfos y orcos para que no lo derribaran, no obstante, como ya tenían varias horas combatiendo, las driadas se veían agotadas a pesar de la ayuda de los súbditos del rey elfo y algunos enanos.

Muchos habían caído ya en esa batalla, de ambos bandos, sin embargo la victoria parecía que sería para los elfos.

—¡Tenemos qué llegar a mi árbol! —clamó Eliv—. Si lo derriban morirá y yo con él. Si eso sucede, ya no habrá nada que se pueda hacer.

—Lo sabemos —asintió el padre de Tahiel—, es por eso que mientras ustedes llegaban, los enanos se pusieron a trabajar en un túnel. Ya casi está terminado y podrán llegar a tu roble por debajo.

—Pero es seguro que los elfos ya saben el plan, pues algunos de sus aliados nos vieron caer aquí—opinó Santiago acercándose para mirar las imágenes de la batalla.

Fue espectacular ver como las hermosas mujeres manipulaban los árboles y maleza para detener el ataque de los elfos, unos seres de grata apariencia, piel morena y cabellos muy negros; ágiles y hermosos, un contraste absoluto con los orcos.

—Entonces debemos apresurarnos —habló uno de los enanos que los habían conducido ahí.

Después de sus palabras entró en acción y se dirigió a una de las cuatro salidas que tenía la caverna, así que los demás los siguieron. De esa manera volvieron a internarse en otra serie de grutas y en algunas de ellas, Santiago pudo ver como las gruesas raíces de los árboles de la superficie atravesaban el techo y pudo admirar tal magnificencia de la naturaleza gracias a su linterna personal, Izaro.

La miró brillando en su linda luz y se preguntó qué sucedería con ella cuando todo terminara. Había surgido de una chispa en su mundo; un hada del fuego, ¿se apagaría cuando se recobrara el equilibrio? Lamentó que fuera así, porque se había encariñado con la pequeña criatura.

—Susana —le preguntó en voz baja, tomándola del brazo—, ¿qué sucederá con Urko y Viento cuando todo esto termine?

—Ellos volverán a ser lo que eran —respondió Eliv en el mismo tono—. Viento perderá sus alas y Urko volverá a ser un pez. El dragón y cualquier otra criatura que haya cobrado vida en tu mundo en nuestra ausencia, también desaparecerá, pero el desastre hecho por ellos, no.

—Ummm, ya veo —asintió triste, no porque Viento perdiera sus alas y Felipe se decepcionara, o que Urko perdiera su forma de tritón, sino por Izaro.

No quería que la valiente hada se apagara e iba a comentarlo cuando el enano que llevaba la delantera en el recorrido, anunció.

—¡Miren! ¡Esa es la zona!

La zona era el perímetro excavado para llegar al árbol de la driada y podía verse el reciente trabajo por las pilas de tierra y rocas puestas en las grutas más cercanas. Ahí sí había antorchas clavadas en las paredes con algún material de consumo lento y las llamas movibles en un vaivén daban evidencia de que había una imperceptible corriente de aire, por lo que de algún lugar provenía una ventilación muy buena.

Se adentraron a la excavación descubriendo a una cincuentena de enanos atareados con las herramientas como picos, palas, cubos, y pequeños carros de madera con cuatro ruedas para transportar el material extraído, moviéndose todos con una diligencia admirable y cuando uno de ellos los vio, les informó.

—Justo a tiempo. Al final del tunel está el roble de la driada. Ya pueden ascender.

—¡Sí! —dijo Eliv emocionada— ¡Puedo sentirlo!

En eso, en uno de los corredores que habían dejado atrás, cayó tierra y en el techo se asomaron las herramientas del enemigo, los que tal y como había dicho Santiago, habían descubierto su plan e intentaban acceder al interior como fuera.

—¡Ahí vienen! —dijo el rey haciendo que Eliv y Santiago se apresuraran por el estrecho pasillo que los llevaría hasta debajo del roble de la driada.

—¡Corran, no se detengan! —les gritó Tahiel—. Nosotros los detendremos.

Entonces, mientras Eliv y Santiago corrían al final del túnel, los enemigos cayeron de la superficie, y acercándose a la barrera que habían formado el rey y los suyos, dijo una de ellos.

—Cómo no lo vi venir. Un buen plan asociarse con los enanos, hábiles en todo lo que desean hacer. ¿No se supone que los enanos y los elfos no se llevan bien?

—Taliana —la saludó el rey ignorando el sarcasmo—. Tú y los tuyos pueden dejar esta región. Ya nada tienen qué hacer aquí.

La ira deformó el bello rostro de Taliana y levantando la mano, gritó con voz potente.

—¡Al ataque!

Una variedad de elfos y orcos detrás de ella se fueron contra los del rey y así como en la superficie continuaba la lucha, se hizo esta también. Espadas, flechas, palas, picos y golpes cuerpo a cuerpo hicieron de las grutas un campo de batalla mortal.

En ágiles movimientos, Taliana consiguió deshacerse de un enano abriéndose paso para seguir a los fugitivos, pero Tahiel se fue detrás de ella y a medio corredor la detuvo, enfrentándose ambos con arcos tensos, apuntándose.

—¿Quién soltará primero? —habló Taliana con ironía— ¿Te crees capaz de matarme, querido Tahiel?

El elfo frunció el ceño. Hacía años que no lo llamaba querido. Alguna vez habían sido amigos, pero ella fue la que se alejó. Y aunque Tahiel no estaba seguro, sospechaba que había sido a causa de sus sentimientos por Eliv. Taliana se había dado cuenta de ellos y eso pareció molestarla bastante, lo que terminó por distanciarlos.

—Pude haberte disparado por la espalda —dijo él e inmediatamente soltó la flecha.

Taliana hizo lo mismo, los dos al mismo tiempo, pero también las esquivaron ágiles con un movimiento de lado y el proyectil de Taliana terminó en la cabeza de un orco y la de Tahiel se perdió en el corredor y él rogó que no hubiera alcanzado a Eliv y Santiago.

Pero ya ellos habían llegado al final y ahí, con la ayuda de un enano, ascendieron utilizando una especie de andamio de madera, angosto y firme que ya estaba dispuesto para ellos y ambos salieron exactamente frente al roble que había terminado su hibernación gracias a la ayuda de las otras driadas que seguían detrás de la barrera combatiendo por su protección.

El árbol era inmenso; muy frondoso. Brillaba en un suave tono verde, preparándose para la enmienda y sus ramas se movieron fluidamente, como si saludaran a su dueña... o más bien dicho, a una parte de él mismo.

Bajo tierra, Taliana lanzó un alarido de ira y yéndose contra Tahiel, le lanzó varios golpes con las puños y pies, pero él logró esquivarlos retrocediendo hacia donde los demás peleaban, mientras que, mirando que la mitad de los enanos había caído en combate, Izaro decidió probar algo.

Ella había nacido del fuego, así que supuso que el fuego debía ser lo suyo, por lo que levantando las manos, las dirigió hacia una de las antorchas y la llama creció de tal manera que se alargó y controlándola, la dirigió a uno de los orcos, quien tomado por sorpresa, se miró arder, luego corrió de un lado a otro tropezándose con sus semejantes, rugiendo y manoteándose encima para apagarse, por lo que todos se apartaron de él y nadie pudo apagarlo.

Luego Izaro manipuló la llama de otra antorcha y la lanzó a otro, pero de esa misma que cayó en el orco, se desprendió otra para ir a un tercero y de ese a otro, hacíendose una cadena de llamas y el caos fue uno tal que el enemigo comenzó a retroceder, incluidos los elfos.

—Se terminó Taliana —observó Tahiel al ver la huída de los elfos y orcos.

—No lo creo.

Negó ella utilizando su arco con una rapidez que tomó por sorpresa a Tahiel y soltando la flecha, le dió a Izaro, la que al contacto con ella se fragmentó en una gran cantidad de lucecitas, como gotas de fuego que se diseminaron en el aire.

Todo eso al mismo tiempo en que afuera, el grueso tronco del árbol de Elive se abría a lo largo por la mitad, incrementándose el resplandor y las ramas se alargaron tomando a la driada y a Santiago como en brazos para introducirlos en su interior.

—Susana —susurró espantado Santiago al entrar al árbol, porque sabía que ese era el final de su vida—. Tengo miedo.

—Lo sé y no te preocupes por Izaro, va a estar bien —aclaró ella abrazándolo y cuando lo besó, el tronco comenzó a cerrarse.

El beso lo durmió, un acto generoso de su esposa para evitarle el dolor de su fusión con el roble. Ella ya estaba acostumbrada a fusionarse con él, por lo que hasta le fue placentero volver a experimentarlo, aunque esta vez sería para siempre. Su vida había sido buena. Su esposo también y ahí terminaba con ella a causa de su genuino amor. Sus labios sonrieron en una satisfecha sonrisa y fue lo último que se vio al completarse el cierre del roble.

A continuación, el brillo verde tomó la consistencia de la luz del sol y creciendo todas sus ramas para levantarse muy alto en el cielo, lanzaron una incontable cantidad de destellos, como si de fuegos artificiales gigantes se tratase y todas esas centellas se dezplazaron por el firmamento iluminándolo y por un momento el día en la noche vino a existir, pues no solo en Driazán se vio el cielo azul, sino que en todos los reinos pudo admirarse, expandiéndose velozmente hasta derrotar la avanzada de la eterna noche, desapareciéndola por completo para dejarle su lugar al nacimiento del próximo nuevo día y los futuros.

Después se apagó la luz y el cielo volvió a oscurecer; entonces el árbol se desintegró por completo.

Entre tanto abajo, Taliana se dio a la fuga bajo la mira de la flecha que estaba por dispararle el consejero del rey, pero Tahiel impidió el tiro bajando el arco del sabio.

El consejero iba a replicar cuando de pronto, la llama de una de las antorchas comenzó a comportarse de manera extraña atrayendo la atención de los presentes y al igual que con el fuego de la chimenea en la casa de Santiago, una llamita se independizó y comenzó a volar.

—¡Izaro! —gritó Tahiel apresurándose a ella, la que se posó en su mano—. ¿En verdad eres tú?

Sin duda lo era. Se había ganado el derecho de nacer de nuevo, pero ahora en su propio universo y mientras la guerra en el mundo de fantasía terminaba, en el de los humanos acontecía que Urko volvió a ser el consentido pez de Don Fabián, a Viento se le desaparecieron las alas para decepción de Felipe, el dragón volvió a las nubes desapareciendo después con la brisa y por ende su compañera nacida de sus llamas se apagó dejando de existir. Y si hubo otras criaturas como dijera Eliv, también volvieron a ser lo que eran o como el dragón de fuego, simplemente dejaron de existir.

Así fue como se recuperó el equilibrio, lo que logró calmar un poco las lágrimas de Don fabián. Llanto derramado por su hijo, pero la vida le dio un hermoso regalo. Un nieto nacido de María, la que al final tuvo que confesarle que era hijo de Santiago.

Moraleja... Nah, no hay xD

F I N

Navegación

[0] Índice de Mensajes

[*] Página Anterior

Ir a la versión completa