Rincón del Artista > Expresión escrita
Red. Fail. Cap. 3
DarkHime:
Hola, Mmm, esta historia demente, disparatada y mala, sobre todo lo último, se me ocurrió hace como un año, a raíz de un sueño que tuve. Esa vez soñé que desaparecía mi color favorito, el rojo. Entonces, en cuanto desperté, pensé qué sucedería si de veras no puediera tolerar ese color por alguna razón. ¿Cómo sería vivir evitando algo que lo enferma a uno y que en todos lados está presente?
Aaah, anoche escribí el prólogo, así que lo dejo. Ah, no se preocupen, tampoco espero comentarios xDDD.
Nos vemos en la siguiente actualización. Saludos a todos los que se pasen por aquí (Si se pasan xDDD)
Prólogo
Sabía que estaba soñando, pero aún así, no podía despertar. Se encontraba adherido al sueño como si este fuera una potente cinta adhesiva en la que su subconsciente lo tenía sujeto sin posibilidad de escapar, por eso es que pudo revivir aquellas escenas que desde pequeño había calificado de malditas.
Ahí estaba de nuevo, viéndose como un niño de escasos ocho años, trepado en la cama y formando con su cuerpo delgado y desnutrido, un ovillo, porque los gritos de su padre aterraban su completo ser. Dentro de poco, una vez que su padre hubiese casi saciado su ira contra su madre, entonces lo buscaría y terminaría de saciarla con él por medio de una cruel y sanguinaria paliza, hasta que lo dejara desmayado, lo que él siempre agradecía porque lo privaba unos momentos del dolor físico y emocional a causa de las graves circunstancias que padecía, no solo él, sino también su madre, que ambos padecían al lado de su padre.
Así que ahí se estuvo, esperando con aquel terror que lo paralizaba, que le impedía moverse. Al principio, cuando su padre comenzó a portarse así con ellos, él intentó huir varias veces, pero su padre siempre lo atrapó desde el mismo inicio del intento y descubrió que le iba peor que cuando dejó de intentarlo, así que ahora no importaba tanto el que no pudiera moverse, que el terror que sentía lo paralizara de esa manera.
Lo único que su terror le permitía hacer antes de paralizarlo, era cubrirse por completo con las frías mantas de la cama, como si de esta manera pudiera desaparecer de las miradas furiosas que de cuando en cuando su padre le lanzaba, mientras golpeaba a su indefensa madre de manera tan salvaje que su madre no podía acallar los gemidos de agudo dolor, esos gemidos que escapaban de manera involuntaria, porque él sabía que si ella pudiera, los guardaría en secreto, solo para ella, porque no quería asustarlo más de lo que ya estaba y por ello es que eran solo gemidos y no gritos.
Gritos eran los que lanzaba su padre contra ella en una infinidad de insultos a la vez que sus puños y pies se ensañaban contra el bello y frágil cuerpo de la mujer más hermosa que existiera sobre la tierra, porque para él, a sus ojos, su madre era la chica más bella y no existía una mamá como la suya, por eso no comprendía la actitud de su fúrico y demente padre que había cambiado su forma de ser, que aquel padre que había conocido los primeros seis años de su corta vida, había desaparecido. De ser un amoroso, gentil, cuidadoso y amable padre y esposo, se había convertido en esa fiera sin control, deseosa de destruir a los que en un tiempo fueron sus seres más queridos.
En ese entonces no tenía manera de saber lo que hacían las drogas al cerebro, lo único que sabía en ese entonces, era que no podía más con semejante tortura y deseaba que terminara de alguna forma.
Y esa noche terminó.
Y la forma en la que terminó lo sumió en un estado de desesperanza, dolor y amargura que duró años. Esa noche quedó huérfano de madre y el trauma sufrido al verla en aquel charco de sangre, ese líquido rojo oscuro, pegajoso, tibio y con un penetrante olor acre, quedó impreso en su aterrada mente y lo persiguió en sus sueños sin descanso, saltándose en parte a la vida real.
Porque esa noche, la paliza se convirtió en un destazadero, una carnicería terrible donde su padre fue el carnicero, su madre la res y él iba a ser el corderito, pero por primera vez, la intervención de los vecinos lo había salvado, no solo de la paliza, sino de convertirse en víctima del enorme cuchillo de cocina que su padre había tomado y con éste, había rebanado el vientre de su madre, le había acuchillado el pecho varias veces y por último, le había destrozado la yugular y los secos golpes del cuchillo penetrando y desgarrando la carne de su madre, así como los desconocidos gemidos de ella, extraños a sus oídos, diferentes a los usuales, roncos grititos envueltos en escalofriante terror, fue lo que hizo que él dejara la seguridad de las mantas y saliendo de ellas, había presenciado la carnicería, el asesinato de su hermosa madre y entonces gritó, él gritó tan fuerte que su garganta se desgarró, pero el hecho de gritar lo liberó por un momento del terror, lo que le permitió saltar de la cama y lanzarse sobre el cuerpo de su madre en intenso deseo de protegerla, pero su madre ya estaba bañada en su propia sangre, mirando boca arriba el techo, haciendo extraños y macabros soniditos sordos con su garganta, de donde brotaba la mayor cantidad de sangre y su mirada vidriosa por el dolor, la angustia y la agonía, iba opacándose irremediablemente. Sus oídos al parecer sordos a sus súplicas de que no lo dejara solo, ignorante ya del terror de su pequeño hijo y su vano intento de detener su sangrado.
Las pequeñas manos moviéndose por las heridas, empapándose del líquido rojo, tibio y espeso, apretando aquí y allá, sin percatarse que su padre estaba por descargar un golpe certero con el cuchillo contra él, en su espalda, pero fue entonces cuando los fuertes gritos y los atronadores golpes en la puerta del departamento, el que era muy pequeño, lo hicieron detenerse y huir sin completar su sangrienta obra.
Su padre había huido por la escalera de emergencia ubicada en la parte de atrás del edificio de departamentos, pero eso a él no le importó, ni siquiera el hecho de que lo apresaran una semana después y lo condenaran en prisión a cadena perpetua. No, eso no le importó, sino el hecho de que esa noche lo había marcado para siempre y esa noche lo seguía sin tregua y como siempre, el sueño, o mejor dicho la pesadilla, terminó cuando la sangre de su madre lo empapó por completo, pero como si eso fuera poco, el viscoso líquido rojo siguió manando de su madre en tan gran cantidad que comenzó a inundar la habitación, como si fuera una piscina en donde él poco a poco quedó flotando en la sangre, atrapándolo, llevándolo hacia abajo para ahogarlo cuando no logró mantenerse a flote, porque la sangre parecía tener manos que lo sujetaron y mantuvieron en el fondo de la habitación mientras la sangre llegaba hasta el techo, y él abajo manoteó y pataleó lleno de desesperación por la falta de oxígeno al no permitirse respirar, sintiendo que sus pulmones explotaban por la exigencia del elemento, entonces, finalmente, sin poder aguantar la respiración, abrió las fosas nasales y la boca y mientras lo que entraba por ellos era la sangre gruesa y pesada, despertó en medio de gritos agudos, llenos de pánico.
Dick Sullivan se incorporó bañado en sudor, gritando y manoteando, como si nadara o intentara nadar. La desesperación por la falta de oxígeno que su cuerpo experimentó en la última parte de la pesadilla, le hizo jalar aire angustiosamente y no dejó de aspirar hasta que sintió bien llenos los pulmones del vital elemento.
-¡Maldición!- gimió con voz temblorosa- ¡Maldita pesadilla! ¡Estoy harto de ella! ¡Maldita sangre! ¡Maldito color rojo! ¡Detesto ese color! ¡Odio ese color!
Se levantó de la cama. Comenzaba a amanecer, así que aún temblando por la pesadilla, fue al par de ventanas que la habitación tenía para asegurarse de que las gruesas cortinas no le permitieran ver el rojo amanecer, porque si llegaba a ver algo con ese color, se pondría enfermo… muy enfermo.
Tal vez continúe. Nah, sí, seguro que sí xDDD
Revelación:
Ah, que clase de historia es esta? Una de esas sangrientas tipo psicosis o algo asi?
Hahaha no puedo imaginar para donde va esta historia y mucho menos lo que es vivir con algo que no puedes tolerar y que te rodea. Es una buena idea para desarrollar una historia, pero se me hace complicada.
En fin, espero la conti para saber un poco mas de que trata esto xD
DarkHime:
Ahaha, Reve, no. No es una historia de psicosis ni nada de eso xDDD
Mmm, el prólogo... bueno, así quedó. No sé porqué, de alguna manera debía explicar por qué ese loco miedo al color rojo.
Bien, sin más, les dejo el primer cap.
Gracias por tu comentario, Revelación XDD
Capítulo 1
Al mirarse en el espejo, sonrió algo sarcástico. Si Peter lo pudiera ver, seguro se burlaba de él por estarse mirando tanto, como si fuera una linda doncella que buscara algún defecto que arruinara su belleza, pero la verdad era que esas gafas no terminaban de gustarle. Eran muy grandes y disminuían atractivo a su rostro de rasgos firmes.
Su sonrisa se amplió. No era tan atractivo, ojos marrones medianos, nariz algo larga y fina, labios delgados, aunque bien formados y una sonrisa que la mayor parte de las veces, era más por inercia que por gusto. Su cabello negro peinado hacia atrás, se resistía a mantenerse en su lugar por lo que era frecuente que algunos mechones cayeran sobre su frente y lo tenía lo suficientemente largo como para que esos mechones cubrieran parte del ojo izquierdo.
Miró las gafas y frunció el ceño. No terminaban de convencerlo. Pero la cuestión era que no debía importarle eso, sino el hecho de que esas gafas oscuras eran especiales, pues bloqueaban el color que tan enfermo lo ponía cuando lo veía.
Rojo.
La sola palabra le producía estremecimientos tanto externos como internos y es que la última vez estuvo a punto de sufrir un paro cardiaco porque accidentalmente había visto el color al probar las primeras gafas fabricadas especialmente para él.
Peter Sullivan, su hermano adoptado, en realidad, ambos fueron adoptados por el matrimonio Sullivan quince años atrás, tenía un amigo, uno de esos científicos que inventan cosas, muchas de las cuales no tienen éxito y le fabricó las primeras gafas. Él, Dick Sullivan se las probó y funcionaron a la perfección. Fue grandiosa la manera como pudo ver en torno suyo, ampliamente, como hacía quince años no lo hacía. Pudo salir libremente a la calle y caminar por ella, ver fascinado aquí y allá, poder percibir todos los colores, excepto el rojo, porque esas gafas especiales transformaban el rojo en un gris oscuro o claro, dependiendo del tono del rojo, así que su cerebro engañado pudo mantenerse en orden.
Sin sufrir una crisis de pánico excesivo que lo hacía sudar como si fuera una cascada de corriente abundante, que lo hacía temblar incontroladamente, su mandíbula se tensaba, lo que hacía que apretara las muelas hasta que trillaban una contra la otra con violencia, su respiración se detenía, las náuseas subían por su esófago provocándole agruras que estallaban en su cerrada garganta y el ritmo cardiaco se disparaba escandalosamente mientras su pulso aumentaba también las palpitaciones amenazando con introducirlo en un mortal shock. Sí, así eran sus ataques de pánico que le producía el inocente color.
Pero su cerebro engañado por las gafas especiales, notó el color un día, cuando él andaba por la calle de compras. Dos meses le habían durado las dichosas gafas y nadie sabía de su corta duración hasta que sucedió. Sin previo aviso. Su confianza y felicidad se rasgaron cuando las sustituyó el pánico de ver allí, frente a él, un sin número de colores rojos que atravesaron los cristales de las gafas. La luz del semáforo en rojo, la niña con un globo rojo, la chica con una blusa roja, algunas señoras con bolsos rojos, zapatos rojos, pantalones rojos, vestidos rojos… y maldición, todo el mundo pareció confabularse contra él y vestir el macabro color ese día, sin contar con algunas flores de los jardines, algunos pintados de edificios y casas, letreros y cosas así.
En serio que estuvo a punto de darle un paro cardiaco, pero su atormentado y quizás ya atrofiado cerebro, lo había desmayado trayéndole el alivio, pues al dejar de mirar el color, pudo su organismo apaciguarse y volver a su funcionamiento normal. Cuando despertó, se encontró en el hospital, en una habitación por completo blanca, paredes y mobiliario.
Peter le había explicado lo que a su vez le había explicado su amigo el científico, que las radiaciones del sol habían comido, devorado, gastado, destruido, como prefiriera llamarlo, la capa protectora de los cristales, esa que bloqueaba el color, así que lo sentía mucho, pero debía volver a las sombras, es decir, encerrarse de nuevo en su apartamento y trasladarse a su oficina de trabajo en su vehículo conducido por su chofer, sin poder ver nada fuera de éste y al término del día, regresar de la misma manera a su departamento.
Prácticamente su vida, desde los ocho años, había sido similar. Había tenido profesores particulares, así como también las visitas frecuentes de psicólogos y alguno que otro psiquiatra, los que diagnosticaron que fuera del pánico al color rojo, él gozaba de buena salud mental… ¿Buena salud mental? ¡Estaba loco! ¡No podía salir a la calle por ese maldito trauma! Eso era lo que él pensaba. ¡Estaba loco y bien loco! Pero tanto psicólogos como psiquiatras decían que estaba bien, que solo era un “pequeño” desajuste mental.
-¿Pequeño desajuste mental?- se preguntó frente al espejo y quitándose las gafas, se miró a los ojos y continuó con voz triste-: Ni siquiera me atrevo a entrar a la cocina por miedo de cortarme.
Suspiró aún más triste. Hacía una semana que Peter le había entregado estas nuevas gafas. Al parecer, su amigo ya las había perfeccionado, ya no había fallas, aunque debía cuidarlas mucho. Eran frágiles y costosas, aunque para los Sullivan el dinero no era problema. Cien por ciento garantizadas en seguridad, podía confiar en ellas. Pero aún así, seguían sin gustarle, no pegaban con su rostro y fue lo primero que le renegó a Peter, mas Peter le había parado el ánimo de desagrado diciéndole que debía estar agradecido porque se le brindaba una vez más la oportunidad de volver a salir, ser libre. Disfrutar de los demás colores a plenitud, que más fácil hubiese sido confeccionarle unas gafas donde pudiera ver solamente en blanco y negro, pero no, estas gafas sólo bloqueaban el color enfermizo.
Por supuesto, Peter tenía razón. A Dick le gustaba ser libre. Su vida no había sido fácil, así que disfrutaba de esa libertad que las benditas gafas le obsequiaban, así que sin más remedio, volvió a ponérselas y tomando su portafolio de trabajo, salió de su departamento. Debía darse prisa, ya era tarde y de seguro su hermano ya lo esperaba impaciente en la oficina. Mientras subía a su auto aparcado en el estacionamiento del edificio y en donde lo esperaba ya su chofer detrás del volante, Dick pensó lo que este día representaba para él y su hermano.
Este día era muy importante, pues cerrarían un lustroso contrato con una de las cadenas de hoteles más famosas del país, para la construcción de otro hotel en esta ciudad.
Era la ventaja de vivir en una ciudad que atraía a los turistas por sus bahías de playas doradas y un mar limpio y tranquilo en donde sí se podía nadar sin que las olas te golpearan salvajemente. Por supuesto, había una temporada especial para los surfistas, así que siempre estaba plagado de turistas. Aunque esto también tenía sus desventajas, pues atraía a todo tipo de personas y algunas de esas personas no eran muy deseables, pero el turismo enriquecía a la ciudad, así que no había mucho que decir al respecto.
Solo quizás que, esas personas indeseables solían tirar a media calle muchas cosas y algunas de esas cosas pinchaban los neumáticos de los vehículos cuando el conductor iba manejando distraído, exactamente cómo iba su chofer en ese momento, porque el auto del carril de al lado y que en ese momento lo rebasó, llevaba unas lindas y risueñas chicas que le sonrieron y le hicieron señas provocativas con manos y rostro, lanzándole besos, así que su chofer, en una sonrisa de ensueño, no vio la cosa que pinchó la llanta izquierda de adelante, solo escucharon el sonido sordo que hizo la llanta al soltar el aire de repente y sintieron la sacudida del vehículo al ladearse.
Saliendo de su momentánea ensoñación, Julius aminoró la velocidad y se detuvo a la orilla de la avenida de doble carril, estorbando por cierto el paso a los vehículos que iban detrás y que tuvieron que colarse al otro carril.
-¡Maldición!- Gritó Dick con frustración- ¡llegaremos tarde.
Sin precaución alguna, bajó del auto por el lado del carril traficado para ir a donde Julios ya inspeccionaba la llanta.
-¡Mira nada más como quedó!- refunfuñó Dick señalando la llanta- ¿Podrás cambiarla rápido, Julius?
-Haré lo posible, Dick- respondió el hombre mientras se dirigía a sacar la llanta de repuesto.
Y fue cuando sucedió de pronto. Las circunstancias y el momento se conjugaron para que ocurriera lo que ocurrió.
1.- Los autos pasaban veloces a un lado de ellos y aunque procuraban aminorar la velocidad al pasar por ahí, no era lo suficiente como para brindarles seguridad absoluta.
2.- Un conductor de uno de esos autos que se distrajo mirando el tablero, especialmente el aparato de música en donde trataba de insertar un CD, así que no vio adelante… y…
3.- Dick.
Dick que se encontraba a un lado del auto, mirando con fastidio la llanta, y al momento de levantar el pie para darle un puntapié de frustración a la llanta, la alarmada voz de Julius le llegó al mismo tiempo que el chirriante sonido de las llantas del auto que iba contra él.
-¡¡Cuidado, Dick!!
El conductor del auto se puso nervioso al ver de pronto a Dick frente a su auto y por inercia metió el freno sin acatar su mente que podía girar el volante un poco a la izquierda y evitar golpearlo, pero su nerviosismo no le permitió pensar con claridad y se fue contra Dick, quien primero levantó los brazos con las manos hacia adelante como si quisiera detener el auto, pero después, sin pensarlo gran cosa, por el instinto de sobrevivencia quizás, saltó cuando el auto, ya aminorada con mucho su velocidad, llegó hasta él con ese irritante arrastrar de llantas por el frenado y cayó sobre el cofre estómago abajo, buscando con desesperación de donde aferrarse para mantenerse sobre el cofre, pero no logró sostenerse como deseaba, cayó con violencia cuando el auto finalmente se detuvo.
-¡Oh, no! ¡Oh, no!- gritó el conductor, que resultó ser una linda chica de unos veintidós años. La angustia, el susto y la preocupación, la hicieron estremecer a la vez que un sabor amargo invadía su boca- ¡Lo maté! ¡Maté a alguien!
Se desabrochó el cinturón de seguridad con manos temblorosas y bajó del auto deseosa de ir a ayudar al accidentado. En medio del caos que había en su mente por lo sucedido, ahora sí fu capaz de pensar:
“¡Iré a la cárcel! ¡Me darás cadena perpetua! ¡Prefiero ser condenada a muerte! ¡No quiero pasar el resto de mi vida en la cárcel!”
-¡Señor!- se acuclilló a un lado de Dick y sin animarse a tocarlo, lo miró con ojos llorosos. Se inclinó sobre su rostro buscando señales de vida- ¿Está muerto? ¡Por favor, no se muera!
Dick la miró confundido. Abrió enorme los ojos cuando miró la melena de color rojo que caía sobre su rostro, cabellos como el fuego, suave al tacto, brillante por los rayos del sol.
-¡Aaaah!- gritó él lleno de angustia mientras la chica levantaba su rostro- ¡Aaaah!
Incapaz de cerrar los desprotegidos ojos, pues las gafas habían salido volando y quién saba dónde habían parado, Dick miró ahora la sonrojada piel de la chica notando asimismo la mascada roja que colgaba del cuello esbelto de la joven y que hacía… o más bien se confundía con el vestido rojo que vestía.
-¡Aaaah!- volvió a gritar atormentado. Comenzó a ahogarse por la falta de aire el cerrarse su garganta por el desmedido pánico. Todo dentro de él comenzó a palpitar con violencia. Corazón, pulso y sienes, incluso sintió que sus ojos saltaban fuera de sus órbitas. Trató de jadear para buscar aire con desesperación, pero su mandíbula tensa no se abrió y entonces comenzó a ponerse morado. ¡Aire! ¡Necesitaba aire!
-¡Señor!- chilló ella asustada al verlo así- ¡perdóneme! ¡No quería matarlo…!
La joven se vio levantada en el aire y de manera poco amable, fue retirada de Dick.
-¿Qué diablos?- gritó histérica- ¡No quiero ir a la cárcel!
-¡Cállese!-le ordenó Julius, quien había sido el que la retirara de Dick- ¡Quédese aquí! ¡No se atreva a acercarse a él!
-¡Pero…!
-¡Lo matará de verdad si la ve! ¡Quédese aquí!
Samantha Red asintió sin entender nada de lo que hablaba el hombre, así que se limitó a ver como éste acudía en auxilio del moribundo. Julius colocó una mascarilla de oxígeno sobre el rostro de Dick que siempre traían en el auto por si llegaba a necesitarse y masajeó sobre el pecho del joven, a la altura del corazón. Poco a poco, Dick fue recobrando la normalidad.
-Julius…
-No hables- lo silenció su amigo y chofer, más lo primero que lo último- Ya la retiré, no tengas miedo.
Dick parpadeó y el desagrado y pánico en su mirada fue desapareciendo.
-Es un demonio rojo- musitó con voz apagada- me asustó mucho. ¡No quiero volver a ver a ese demonio!
....................................................................................
¿Continuará? Posible.
Revelación:
Ah, no lo sé, Hime, yo que tú ya no lo continuaba. Nadie pasa por aquí...
Ni siquiera yo me había pasado...
Bueno, el primer capítulo estuvo genial. Esa manera de conocerse la chica de rojo o el demonio rojo, como la llamó dick... pues yo me lo imaginé bastante bien a este tal Dick xDDD, esa manera de conocerse fue inesperada, no lo sospeché y fue rápida también. ¿Qué irá a suceder ahora?
Espero que no los enamores xD (Petición que resultará fail. De seguro los enamorará)
No pediré conti aunque desee saber qué más pasará, porque creo que pierdes el tiempo aquí. xDD
DarkHime:
Ahaha, Reve, en verdad, qué pesimista andabas ese día, ¿eh? xDDD
Mmm, no. Terminaré ambos fics. Ya abandoné uno y no pienso abandonar estos xD
Ahora, gracias por leer y por tu comentario. Dejaré el siguiente cap:
Capítulo 2
-Es un demonio rojo- musitó con voz apagada- me asustó mucho. ¡No quiero volver a ver a ese demonio!
-Es una linda chica, Dick. Y está muy preocupada por ti.
-Es un demonio rojo-repitió Dick cerrando los ojos- ¿Dónde quedaron mis gafas?
-Me temo que tendrás que pedir otras- le informó Julius con bondad- se ha roto un cristal.
-¡Ah, maldita sea! ¿Sabes cuánto me tardaron éstas?
-Lo sé.
Desde donde estaba, Samantha los escuchaba murmurar. Sus nervios la romperían en cualquier momento. ¿Acaso estaban planeando que hacerle a ella? Con ansiedad, miró los autos que pasaban veloces, sin detenerse ninguno a ver qué había sucedido con ellos. La falta de interés por parte de las personas era lo esperado. Cada quien vivía para cada quien y nada ni nadie más importaba fuera de cada quien y sus propias cosas.
Volvió a mirar a los hombres, los que seguían parloteando. Quizás estaban ideando la forma de cómo hacerle pagar su crimen, pero no había sido un crimen mayor. No lo había matado, ni nada de eso. Podía verlo mover las manos en actitud ansiosa, así que no había nada que pudieran hacerle… aunque ella podía irse, huir, hacer como que nada sucedió, pero no, no podía hacer eso. Sus principios morales no se lo permitían.
El hecho era que no había muerto, no había cárcel y mucho menos cadena perpetua.
“Pero hubo un accidente” le dijo esa fastidiosa voz llamada consciencia que siempre solía acusarla despiadadamente cuando hacía algo no propio y andar atropellando hombres indefensos era algo no propio.
Tal vez estaban dialogando sobre la manera de hacerle pagar por los daños causados a su cuerpo, ¿le había roto algún hueso? ¿Era por eso que no se levantaba?
“¡Qué mal!” exclamó en silencio y sin poder dominar la angustia, dio unos pasos en dirección a ellos, pero Julius, como si tuviera ojos en la nuca, puesto que él le daba la espalda, gritó con voz fría y con tintes de irritación:
-¡Quédese donde la dejé! ¡Ni un paso más!
Samantha se detuvo e inmediatamente retrocedió los pasos que había dado. ¿Por qué lo hizo si ella era una chica difícil de convencer cuando le pedían algo que no quería hacer? Oh, tal vez porque en verdad estaba asustada y por mucho que quisiera ir a ver qué condición tenía el accidentado, su miedo era más.
-¿Se encuentra bien?- se conformó con preguntar.
-¡Cállese!- gritaron ambos hombres.
Después, Julius ayudó a Dick a sentarse.
-¿Estoy sangrando de algún lado?- preguntó Dick cerrando los ojos con fuerza, temeroso de ver el líquido rojo- ¡Me duele todo!
Estás bien-respondió Julius- Ten, pon este pañuelo doblado sobre tu ojo izquierdo y encima las gafas.
Dick hizo lo indicado y así quedó su ojo izquierdo cubierto con el fino pañuelo de Julius y el ojo derecho con el único cristal sobreviviente del accidente. De esta manera protegidos sus ojos, se puso de pie y con paso tembloroso, se dirigió a su auto, que aun esperaba con la llanta ponchada.
-Señor…
Samantha lo miró pasar por su lado y su voz quedó suspendida en el aire cuando él, sin volverse a mirarla, ignorándola por completo, continúo hacia su auto.
-¡Me alegro ver que no le sucedió nada grave!- le gritó ella cuando lo miró subir al auto mientras Julius se daba a la tarea de cambiar el neumático- ¿Ya me puedo ir?
Desde el interior del auto, cuyos vidrios polarizados estaban arriba, le llegó la voz ahogada de Dick:
-¡Ya se hubiera ido desde hace horas! ¡Lárguese!
Samantha sintió irritación. Tampoco era para que la tratara así. Bueno, quizás sí, estuvo a punto de matarlo.
-Todo está bien, señorita- le dijo Julius, sin dejar de trabajar con la llanta- No se preocupe, puede seguir su camino.
Samantha lo miró agradecida. Cuando menos, este hombre le había hablado de manera civilizada y al parecer, su enfado ya había dado paso a la calma, pues aunque no la miró ni una vez, su tono de voz fue amable.
-Bien, me iré entonces. Gracias.
-De nada. Adiós.
Así, sintiéndose de pronto aliviada, se dirigió a su auto, lo abordó y se enfiló a los demás autos que corrían por la avenida. Sin quitar la vista de enfrente, manejó hasta llegar al edificio donde tenía sus oficinas en uno de los hoteles de su padre.
-¡Dios!- suspiró cuando se estacionó en el lugar asignado para su auto en el estacionamiento del hotel cinco estrellas. Fue entonces cuando se atrevió a mirar la hora. Suspiró con frustración. Ya era muy tarde y la cita que tenía a las diez, había comenzado hacía quince minutos- ¡Qué mal ha comenzado este día!
Se bajó del auto y mientras se dirigía al elevador para subir al décimo piso, pensó en su padre.
Su padre que le había asignado finalmente una enorme responsabilidad. Su padre que finalmente había confiado en ella para llevar a cabo el trabajo de la edificación del nuevo hotel.
¿Y cómo comenzaba ella con esta responsabilidad?
-Me matará- se dijo en voz alta al volver a ver la hora. Se miró en el espejo del elevador. La tenue sonrisa que apareció al verse, no duró mucho. Una chica ordinaria, de nobles facciones, nariz pequeña, boca de labios sensuales, o cuando menos, eso le había dicho el último de sus novios, aunque al final no habían sido lo suficientemente sensuales puesto que él la había mandado a freír espárragos y ahora andaba por ahí paseándose por todos lados con su nueva novia.
De estatura regular, lo que le gustaba a ella. La altura era para los varones. A ella le gustaba mirarlos hacia arriba, le gustaba reposar su cabeza sobre el pecho de ellos. Ahora sí sonrió divertida. “Ellos” sonaba a algo así como “con todos”. La verdad era que no había tenido más que dos novios y a ésos se refería cuando decía “ellos”. Ambos eran altos y así es como le gustaban. Altos y delgados, de preferencia que no fueran rubios. Los rubios y los pelirrojos, lo que era ella, una pelirroja de carácter amable, pero firme cuando se necesitaba, no se llevaban bien, cuando menos, no en su caso.
Murió su sonrisa cuando su atención se concentró en su mirada. El color de sus ojos era azul, de un profundo azul, lo que tampoco le gustaba mucho. Ella siempre quiso tener los ojos oscuros, pero no. Ahí estaba ese color profundo que se profundizaba más cuando algo la preocupaba o se aclaraba brillante cuando algo la divertía y sus ojos eran reflejo de su sonrisa.
Ahora estaba preocupada. Muy preocupada por el sermón que su padre le daría en cuanto tuviera oportunidad. Ah, y la oportunidad se presentó inmediatamente después de que entró a su oficina. Allí, sentado en el sillón que ella ocupaba todos los días desde que ingresó al séquito de trabajadores bajo las órdenes de su padre, la esperaba él con rostro austero, mirada fría y voz disgustada.
-¡Por fin la señorita nos hace el honor de llegar!- fue como la recibió.
-Perdona, papá. Tuve un contratiempo en el camino- jamás le diría qué clase de contratiempo había tenido- Lamento llegar tarde.
Su padre se levantó del sillón y mientras ella guardaba su bolso, que para terminar, también era rojo, aunque se combinaba con dos líneas negras, el hombre dijo:
-Sabes muy bien que el trabajo es sagrado. Una persona responsable en su trabajo llega lejos, una persona irresponsable a lo que llega, es al fracaso. Parece mentira que todo lo que te he enseñado sobre la responsabilidad, no termine de moldearte.
Samantha ocupó el sillón y se limitó a escucharlo sin decir nada.
-No hay pretexto que valga para faltar de esta manera a tus responsabilidades. Tu impuntualidad lo único que hace es convencerme de que no debí confiar en ti. Realmente dudo de que puedas con este trabajo de supervisión. Sabes que todo el tiempo que dure la construcción del hotel, vivirás prácticamente allí. Te he dicho que jamás debes dejar a los trabajadores solos, porque harán lo que quieran y no lo que tú quieras.
Samantha se guardó un comentario desdeñoso. Ese “lo que tú quieras” era realmente: “Lo que yo quiero”. El hotel se haría al gusto de su padre, como se habían hecho todos y ella ya estaba aleccionada de cuáles eran sus gustos y aunque ella había sugerido que podían mejorar el diseño, él la rechazó. Miró a su padre y parpadeó. Algo había dicho su padre que no escuchó por haberse perdido en sus pensamientos.
-Así que también ellos son unos irresponsables. Tanto tú como los dueños de esa compañía de construcción me han decepcionado. Estoy pensando en cambiarlos.
“Claro”, pensó Samantha aún sin comprender muy bien a qué diablos se refería su padre. “Como si fuéramos desechables”
Pero así era como funcionaba su padre. Algo no le gustaba y lo desechaba de inmediato. Uno de esos hombres que abusaban del poder y prestigio que le daban sus millones. ¡Y cómo odiaba ella a esa clase de hombres! Por eso es que ella siempre buscaba a los menos privilegiados económicamente y eso, por supuesto, volvía loco a su padre. Caza fortunas, era como su padre los catalogaba. Y por esa razón y otras tantas, vivían discutiendo. Y ella, claro, siempre iba en contra de lo que él deseaba. Hacer eso le traía grandes satisfacciones.
-No obstante- continuó su padre- Los perdonaré por esta vez. Mi propia hija es una decepción, mi propia hija, a la que traté de criar a mi imagen y semejanza.¡ Ah, Dios sí que me castigó al no darme un hijo!
“Seguro”, pensó Samantha irritada. Las últimas palabras siempre la ponían de mal humor y era una frase que su padre se lucía en repetir desde que ella tuvo uso de razón, así, durante su niñez, durante su adolescencia y aún ahora, se sintió rechazada por su progenitor. “Un hijo quizás hubiera cumplido hasta tu último deseo, pero qué lástima. No fui varón. Fui mujer” .
-Bien- terminó su padre- No pierdas más tiempo, anda al salón de entrevistas y espera ahí a esos irresponsables que al igual que tú, han manchado la belleza de la puntualidad. ¿Examinaste bien los planos? ¿En verdad puedo tener una pizca de confianza en ti y pensar que puedes cumplir con este trabajo?
-He examinado bien los planos papá. ¿Me estás diciendo que los Sullivan todavía no llegan?
Su padre la mató con la mirada, ni siquiera le respondió. Pero por su expresión, Samantha supo lo que pensó:
“¡Dios! ¿Por qué me enviaste una hija como ella en vez de un hijo?”
Y sí. Su padre pensó eso antes de dejarla. Samanta dejó la oficina para trasladarse al salón de entrevistas y allí aguardó quince minutos más. Aunque fueron minutos que pasaron volando, porque se concentró en los planos del nuevo hotel. La frustración creció al examinarlos. Los hoteles de su padre eran hermosos, pero les faltaba algo. Ella podía verlo allí en los planos.
-Señorita Red, los Sullivan ya están aquí- se escuchó la voz de la secretaria encargada de esa sección.
Samantha se pasó los dedos por la melena roja mientras ordenaba:
-Está bien, Lucía, que pasen, gracias.
Los esperó de pie ante la mesa de trabajo, en donde tenía extendidos tres grandes planos. Miró entrar a uno de los Sullivan. Un hombre alto, moreno, cabello oscuro y expresivos ojos negros que brillaron al verla, aunque de pronto se detuvo, lo que hizo que su hermano, el que entró detrás de él, quedara bien pegado a su espalda.
-¡Diantres!- lo escuchó murmurar
-¿Qué sucede, Peter?- preguntó Dick Sullivan sorprendido y saliendo de detrás de su hermano, quedó expuesto ante la mirada de Samantha, la que palideció al verlo, pero no tanto como Dick cuando la vio.
*w* Saludos :)
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