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Una Historia Contada de la A a la Z (Z) FIN
Nostalgie:
F de Fuente
Felipe trotó detrás de Viento, como había llamado a su caballito con alas -así le decía su madre, caballito con alas por más que él la corrigiera diciéndole que no era un caballo, sino un pegaso-, y él le había puesto ese nombre porque era tan veloz que, cuando corría, se elevaba algunos centímetros del suelo. Con tan poco tiempo de nacido, aun no podía controlar bien sus alas, así que solo se limitaba a correr, y al niño le parecía excelente que no volara. Temía que al ascender más alto, se le escapara para siempre.
Muchachito y pegaso se encontraban en la pista que el abuelo tenía para entrenar a sus caballos que participaban en alguna carrera cada año; jugando alegres, aprovechando Felipe que Viento se había quedado solo, pues casi siempre estaba rodeado por los trabajadores de la hacienda, cosa que solía poner muy nervioso al bello cuadrúpedo, molestando a la vez al niño, quien no quería verlo sufrir por eso.
Era por eso que ahí estaba, haciéndolo correr para que descargara toda su ansiedad, aunque Felipe no podía seguir su paso. Por lo tanto, cuando se cansó, lo detuvo tomando las bridas y saliendo de la pista, se dirigieron a otro grande terreno cerca del establo; una especie de jardín que tenía una fuente en medio; bastante honda y amplia.
Y la fuente era así de espaciosa porque en el agua nadaba un imponente pez; una adquisición costosa y capricho del abuelo. Por lo tanto, era la mascota preferida de Don Fabián, así que lo cuidaba con exageración, siendo el animal de un hermoso color dorado con franjas anaranjadas en los costados.
También solía atraer a las personas para admirarlo, y Felipe no era la excepción, así que como había hecho costumbre, se dirigió a la fuente para jugar con él un rato antes de entrar a la casa para la cena. El sol estaba ocultándose y ya no debía entretenerse mucho, por consiguiente solo se conformó con acariciarlo un poco -lo que evidenció que al pez le gustaban mucho las personas, pues se dejaba tocar-, y a verlo nadar con una elegancia innata.
Entonces, cuando estaba por retirarse, una incontable cantidad de burbujas que dieron la ilusión tanto de vista como de oído de que el agua hervía, rodearon al pez. Viento se movió inquieto ante el espectáculo, moviendo las alas con fuerza, pero sin levantar el vuelo y el niño se retiró del borde de la pileta, aunque no con la suficiente rapidez, así que de en medio de las burbujas se levantó una extraña mano que tenía los dedos unidos por una fina capa de piel y sujetó a Felipe por la camisa intentando sumergirlo en el agua.
El chico gritó espantado y echándose hacia atrás, se desprendió de la mano que desapareció en el fondo junto con las burbujas, quedando Felipe sentado en el suelo por la fuerza del empuje, pero casi de inmediato se puso de pie y sin acercarse mucho al bordillo, miró la nítida transparencia de la ya tranquila agua, gritando aterrado de nuevo al distinguir la cosa que lo había sujetado.
Su amigo el pez ya no estaba ahí... o sí estaba, pero se había transformado, y su amigo Viento, intimidado por sus gritos, corrió a la seguridad que conocía; la del establo.
Nostalgie:
G de Gato
Tres hombres que todavía se encontraban en el establo, miraron entrar a Viento e ir a su cubículo en donde se quedó quieto, entonces salieron alertados por los gritos del niño y acudieron presurosos hasta la fuente.
—¿Qué pasa, Felipe? —preguntó uno de ellos observándolo atento, buscando alguna herida, un daño o algo en el niño.
Entonces el muchacho señaló el agua para que miraran ahí. Una fina y larga figura se movió debajo nadando hacia el otro extremo de la fuente mientras que los hombres retrocedían un paso preguntando a un mismo son, pasmados por lo que podían ver bajo el transparente líquido a pesar de la penumbra que iba reemplazando la luz del sol.
—¿Qué es eso?
La cosa en el agua se quedó quieta, porque se sintió amenazada ante los desconocidos y ellos pudieron observarla atentos, incrédulos por lo que veían, con el miedo bien reflejado en sus rostros.
—Aquí está pasando algo muy, pero muy raro —dijo uno de ellos retrocediendo—. Primero ese pegaso y ahora una sirena. Son aberraciones del averno.
El hombre se dio la vuelta para salir corriendo de ahí, pero Susana, quien había sido advertida por su sentido sensorial sobre la nueva criatura, lo detuvo y sentándose en el bordillo de la fuente, dijo con frialdad:
—No son aberraciones del infierno, sino solo criaturas que no deben estar aquí —Los barrió a todos con mirada endurecida—. Y ninguno de ustedes debe hablar con nadie de esto, ¿está claro?
Ellos se miraron entre sí y asintieron mientras ella palmeaba la superficie del agua, atrayendo a la criatura hasta su mano, quedando la cabeza bajo la palma. Susana la acarició para transmitirle confianza, pues solo ella podía percibir lo asustada que estaba. Los humanos eran la amenaza, no la criatura y cuando logró calmarse un poco, asomó la cabeza y todos exclamaron un "¡oh!", pues el rostro pertenecía al de un niño, así que eso de ahí era un pequeño tritón que carecía de cabello, adornando su calvicie una larga cresta que brotaba en la parte de la frente superior alargándose en medio del cráneo hasta la nuca y sus ojos eran negros, grandes y redondos, la nariz muy pequeña y una fina línea hacía de boca. Su torso también parecía humano, pero de la cintura hacia abajo era un pez, terminando sus extremidades en una cola parecida a la de las ballenas, siendo todo su cuerpo de un tono gris plateado.
Entonces de pronto, se escuchó un gruñido gutural e identificaron que procedía de un gato que, en actitud amenazadora, se acercó a la fuente, deteniéndose cerca, pivoteando el siamés la cola deliberadamente, luego soltó una serie de chillidos mientras que el otro gato apareció por otro extremo de la pileta y acercándose hasta la pared, levantó la cola y la golpeó con fuerza, chillando con molestia.
El tritón, reconociendo que era el origen de la irritación de los gatos, se sumergió hasta el fondo y desde ahí miró como los felinos en breve, se asomaron cuando saltaron al borde, mostrándole sus fauces llenas de filosos dientes, sus cuerpos hinchados, la parte de atrás arqueada para mostrarse más grandes, lanzando saliva, silbidos y chillidos, así como zarpazos sobre el agua.
Y solo Susana supo que el pequeño tritón estaba aterrado y lloraba.
Nostalgie:
H de Hada
—¡Es una completa locura! —farfulló Don Fabián postrado en su silla— ¿Cómo mi precioso pez pudo transformarse en eso?
Estaban en la habitación del joven matrimonio y Santiago, parado en la puerta del cuarto de baño, no podía dejar de ver la bañera llena de agua en donde el pequeño tritón reposaba y el que no podía dejar de sentirse temeroso, sobre todo de esos felinos que, enjaulados en el cuarto, no dejaban de gruñir y chillar.
—Eso pienso, papá, que es una locura —asintió Santiago bastante perturbado—. ¿Cómo es posible esto? Creo que es culpa de la cocinera. ¡Sabrá Dios que le pone a las comidas que nos hace ver cosas que no existen!
O estaba soñando, todos en la hacienda estaban teniendo un sueño colectivo, seguro y sí.
—No debería ser posible, pero lo es —respondió Susana con expresión inalterable mientras tomaba las jaulas en donde ella misma había encerrado a los alterados gatos—. Y estos amiguitos deben irse de la hacienda. Mientras el tritón esté aquí, cero gatos. Ahora esas criaturas son nuestra responsabilidad.
—¡No, tía! —protestó Felipe, quien había ayudado a Susana a llevar al tritón hasta donde estaba ahora para protegerlo de cualquier peligro que pudiera enfrentar quedándose en la fuente—. Yo crie esos gatitos, son como... mis hijitos.
—Lo sé —respondió Susana con voz tierna—, pero será solo temporal.
Le dio las jaulas a Santiago y sin mirarlo, le pidió ahora con voz neutra:
—¿Puedes encargarte de estos? No entiendo por qué odian al tritón, así que por favor, sácalos de aquí.
Santiago tomó las jaulas, las miró y luego asintió.
—Yo me encargo y no te preocupes, Felipe, los pondré en buenas manos y cuando...
Pausó al pensar: “cuando despertemos del sueño, volverás a tenerlos.”
Mas terminó así:
—Cuando todo esto pase, los tendrás de nuevo.
Con tristeza, el niño asintió y miró como su tío adoptivo se dirigía a la puerta de salida, pero Susana lo detuvo en el umbral al decirle:
—La cena se retrasó, así que si ya terminante, me gustaría que cenaras con nosotros, ¿puedes?
—Claro, espérenme en el comedor. Avisaré a María que por hoy terminamos. A ella también le dará gusto pasar tiempo con Felipe.
María. Susana crispó las manos, respiró hondo y trató de serenarse mientras su suegro y felipe iban a su propia habitación a asearse, haciendo ella lo mismo, encontrándose de nuevo en el comedor más tarde.
Ya sentados los tres ante la mesa, esperaron pacientes la llegada de Santiago y María, los que al ingresar a la estancia lo hicieron en silencio, pero en cuanto comenzaron a comer, entre Don Fabián, Santiago y María entablaron una charla sobre los sucesos extraños.
Sin poder decir nada relevante, Susana sintió frío a pesar de que un agradable fuego ardía en la chimenea. El otoño no estaba tan avanzado, pero ya podía sentirse la baja temperatura que anunciaba el invierno en cuanto descendía el sol, así que la calidez de la chimenea era reconfortante, sin embargo, el sentir de Susana fue por otra cosa.
—¡Miren! —exclamó de pronto Felipe señalando precisamente el fuego.
Los adultos miraron y sorprendidos observaron como las llamas se alargaban y luego encogían, entonces una de ellas se creció tanto que salió afuera del cubículo que formaba la chimenea, como si fuera un brazo y en la punta se formó algo semejante al puño de una mano, el que explotó en decenas de chispas que rociaron el suelo haciendo humear la madera, lo que hizo que Santiago se apresurara con la servilleta de tela en mano, a golpear las chispas con certeros servilletazos para apagarlas antes de que se produjera un incendio.
Pero sucedió que una chispa no se dejó apagar, pues como si tuviera vida propia, la pequeña llamita se elevó en el aire y se desplazó con rapidez de un lado a otro como si de una luciérnaga se tratase y Santiago, sorprendido, dejó de perseguirla y de lanzarle golpes con la servilleta cuando la pequeña llama fue a pararse en la mano de Susana, la que de inmediato protegió a la criatura poniendo la otra palma ahuecada sobre ella.
—No es una llamita de fuego —dijo solemne—, sino que es un Hada.
—¿Un qué? —inquirió María levantándose de la mesa, su rostro desfigurado por el asombro.
—Un Hada —repitió Susana y quitó la mano para mostrarle la diminuta figura, la que parecía una humana, pero con alas parecidas a las de las mariposas.
—¡Genial! —clamó Felipe maravillado— Tinker Bell.
Tendió la mano y el Hada se trasladó posándose en la suave piel del niño.
Nostalgie:
I de Invasión
—Susana, no dejé el trabajo temprano para que ahora no quieras ir a esa obra. ¿Y ese reclamo que me hiciste cuando equivocaste los días?
—Yo quería ir, pero ahora es diferente. Ya no tiene caso.
—¿Qué significa eso?
Susana se miró por última vez en el espejo. El resplandor que antes era su aura se había tornado por completo oscuro, como sinónimo de un luto anticipado.
—¿Me sigues amando, Santiago?
Él se movió con inquietud, aunque no dudó al responder.
—Con toda mi alma.
Ella se levantó y lo enfrentó mirándolo con tristeza.
—El verdadero amor es fiel —le dijo dolida— ¿En qué fallé?
—Susana, tú no fallaste en nada.
Y la miró sintiéndose el peor de los hombres. Ahí estaba ella, dándole a conocer que sabía lo de la traición y aun así, sin reprocharle nada. En verdad era un canalla y se preguntó de nuevo qué le había sucedido para traicionarla de esa manera.
Abrió la boca para disculparse, pedirle perdón, mostrarle su arrepentimiento, pero un profundo sonido proveniente del baño lo dejó mudo y tuvo qué taparse los oídos para soportar el silbido de alta frecuencia, una serie de ellos que parecían cantar una canción de lamento.
Sin destaparse los oídos, vio a Susana apresurarse al baño, así que fue detrás de ella y ambos miraron la bañera notando que el tritón estaba bajo el agua, recostado en el fondo en forma fetal y era quien emitía la serie de sonidos.
Una clara advertencia, así que Susana salió del baño y corrió a la ventana para asomarse afuera. Sorprendida miró la multitud que había invadido la propiedad y muchos rodeaban a Viento, quien aleteaba asustado ante las manos que lo tocaban, cegado por los flash de las decenas de cámaras, lastimándolo y su sufrimiento había llegado hasta el tritón, como si las criaturas estuvieran comunicadas telepáticamente.
La invasión era un hecho. Algún empleado había denunciado las anomalías que estaban sucediendo en la hacienda.
El tritón siguió llorando el tormento de Viento mientras que Santiago y Susana salían corriendo de la habitación y luego de la casa, pero en cuanto los vieron, fueron cercados por la muchedumbre; algunos periodistas sobre todo comenzaron a empujar a los demás para ponerse en primera fila y bombardear con preguntas al matrimonio, mostrándoles un vídeo en tablets y celulares, de Susana y Felipe con las criaturas. Alguien los había grabado y ellos ni en cuenta.
—Sabemos que este vídeo que anda en You Tube es real, porque nosotros mismos lo hemos comprobado con el pagaso, así que, ¿dónde están el tritón y esa luciérnaga? ¿Es un hada? —se escuchó uno— ¿Dónde los tienen?
—¡En la casa! —gritó otro— ¡Escuchen ese sonido!
—¡Maldito sea el soplón! —exclamó Santiago mientras tomaba la mano de Susana para no perderla, pues la multitud era terrible.
Desde su habitación, Don Fabián, mirando por la ventana y sin destaparse los oídos, pues la alta frecuencia del llanto del tritón hacía incluso cimbrearse la casa, murmuró espantado:
—¡Santo cielo!
Notó angustiado como su hijo y nuera no podían romper el círculo humano y más allá, Felipe, tratando de defender a Viento, había sido arrojado al suelo en donde se vio a punto de ser pisoteado.
La gente parecía haber enloquecido y la invasión estaba por extenderse al interior de la casa, pues muchos, atraídos por el intenso y extraño canto, querían ver a aquél engendro así como a la luciérnaga en forma de humana.
Nostalgie:
J de Junco
En su habitación, María, quien estaba en la ducha cuando escuchó el canto, salió aun con jabón y había hecho lo mismo que todos, asomarse por la ventana cuando el escándalo afuera le advirtió de algo serio, así que desde ahí miró el peligro que corría su hijo ante el ataque de esa gente.
Después de que Santiago le dijera que tomaría la tarde libre y ella podía hacer lo mismo, había hecho planes para ir con Felipe a la ciudad, pues el niño necesitaba ropa nueva, por lo que aprovecharía para comprársela, así que mientras ella se arreglaba, Felipe la esperaba con Viento.
En ese momento su corazón saltó de miedo ante el pensamiento de que algo pudiera sucederle a su hijo, así que envolviéndose en una bata, salió corriendo por el pasillo.
—¡María! —la llamó Fabián al pasar frente a su cuarto— ¡Espera!
Ella no quería esperar, sino llegar pronto al rescate de Felipe, pero la urgencia en la voz del hombre la detuvo y él, asomándose por la puerta, le ordenó:
—¡Anda! ¡Que se cierre la casa que están por entrar también aquí!
María asintió y emprendió la carrera llamando a gritos a la servidumbre, pero se dio cuenta que ya las sirvientas estaban cerrando puertas y ventanas, así que no se entretuvo en eso y estaba por salir cuando una luz se detuvo ante ella.
—¡Uff! —bufó María manoteando con la mano, airada— ¡Quítate de mi camino, Tinker Bell!
El hada esquivó los manotazos y voló alrededor de María dejando brillitos en el aire que parecieron formar una barrera que contuvo a la mujer, entonces, cuando vio que no podía moverse, el hada detuvo el vuelo ante ella y haciéndole gestos con las manos, le pidió que se calmara.
—¡Qué! —exclamó María enfurruñada— ¿No sabes hablar mi idioma? ¿O eres muda? ¡No te entiendo! ¡Déjame ir a ayudar a mi hijo!
El hada movió de un lado para otro la cabeza, pues por más que le hablara en su idioma, era tan pequeña que no la escucharía y mejor fue a la puerta principal, la que estaba siendo golpeada por decenas de manos para echarla abajo, pero la puerta era maciza y soportaría el ataque, así como las demás, no obstante, la ventanas eran frágiles y ya se escuchaba cómo rompían los cristales con la intención de ingresar por ellas.
Por lo tanto, voló con rapidez a la chimenea y elevándose, salió por ahí al techo, entonces, ubicando a Felipe y a Viento, levantó los brazos para luego extenderlos delante de ella y de sus dedos brotaron esos brillitos que formando como una especie de relámpago, largo y delgado al entretejerse unos con otros, para dirigirse después directo hasta el niño y el pegaso.
La energía golpeó el suelo y ahí donde dio, nació un junco gigante, luego el relámpago se deslizó alrededor de Felipe y Viento produciendo que más juncos gigantes crecieran, uno tras otro sin dejar espacio entre ellos, moviéndose como si tuvieran vida propia para separar a los pequeños del gentío, por lo que en breve, una barrera de juncos de seis metros de alto estuvo entre los invasores y los residentes de la hacienda, todo en medio de gritos de pánico por parte de las personas que corrían para todos lados ante la súbita escena, además de que los que estaban en las puertas y ventanas fueron tomados por las raíces que se levantaron del suelo, enrollándose en sus piernas, cinturas, pies y brazos para después ser lanzados lejos.
Felipe, sin saber exactamente qué había sucedido, miró el alto muro, luego vio como la energía iba reptando por el suelo formando un corredor con paredes de juncos a ambos lados y pronto su visión fue enfocada en Susana y Santiago, quienes también habían sido apartados de la multitud de esa manera, poniéndolos a salvo.
Mientras que afuera, el espectáculo era aterrador, pues los altos juncos siguieron brotando bajo los pies de las personas, las que tuvieron que huir despavoridas y una vez desalojadas de la propiedad, miraron asombrados, trémulos de miedo, los altos muros que se habían formado, resguardando el territorio de Don Fabián.
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